“Tan Solo veo Una Actividad Alegre y Serena”

“Dedicated to the Love of Humanity by Friends of Humanity” Steel engraving by L. Wolf in 1805 Idealised view of the Hamburg School and Work House (1800)

Hamburg

Para muchos comerciantes de Hamburgo que conocieron la fase tardía de la Ilustración, el éxito en los negocios iba unido al compromiso social. Uno de aquellos comerciantes era Caspar Voght, quien construyó en la localidad de Flottbek una finca en la que hizo realidad sus ideales.

Sus voces se alzaban sobre el agua de color gris verdoso que había quedado estancada ante las puertas de la ciudad que daban al curso exterior del río Alster. Cantaban con los ojos llenos de lágrimas. Eran casi ochenta hombres y mujeres vestidos de fiesta, alegres, contagiados de una emoción solemne. «Alemanes libres, cantad a la hora / que rompe las cadenas de la servidumbre. / Jurad fidelidad a la gran liga / como nuestra hermana Francia», proclamaban de todo corazón.

Las jóvenes llevaban largos vestidos blancos, que solo en determinados instantes dejaban sus tobillos al alcance de las miradas masculinas. Alrededor de sus ceñidos talles lucían fajines con los colores nacionales de Francia, bleu, blanc, rouge, y adornaban sus sombreros de paja con lazos. Estos hombres y mujeres recordaban, llenos de júbilo, lo que había ocurrido justo un año antes, el 14 de julio de 1789: el inicio de la Revolución Francesa, la toma de la Bastilla en París, el llamamiento a la libertad, la igualdad y la fraternidad; grandes ideales a los que se rendía homenaje también en Hamburgo, mientras en el Campo de Marte, en París, se celebraba aquel «año feliz» de 1790 con la Fiesta de la Federación.

En medio de la belleza natural de la orilla del Alster —libre de edificios señoriales y de jardines versallescos—, la población conmemoraba la Revolución y, por un momento, se alejaba de las convenciones propias de la condición de la ciudad. La ciudadanía de Hamburgo se había liberado conscientemente de las limitaciones que le imponía su estatus de corte; esta ciudad de comerciantes, de unos dos mil habitantes, se sabía próspera y, por eso mismo, libre; Hamburgo y la vecina danesa Altona eran los centros espirituales y económicos del norte; su economía florecía.

A quienes celebraban la fiesta les unía, por encima de todo, una visión filantrópica. Todo transcurría en un apacible día de verano, en el mes de julio, entre el verdor de los robles de gruesos troncos.

La idílica casa de campo del exitoso comerciante de Hamburgo Georg Heinrich Sievekind, situada en el distrito de Harvestehude, se encontraba fuera de las imponentes murallas que ya en el siglo XVII habían protegido la ciudad de la devastación de la Guerra de los Treinta Años. Era el propio Sieveking quien había compuesto el canto a la libertad que entonaban sus invitados.

Aquel hombre de negocios de 39 años había tenido que trabajar a conciencia para superar sus comienzos como aprendiz y convertirse en miembro de la casa comercial Voght und Sieveking. En aquel momento estaba rodeado de numerosas personas. Entre los huéspedes se encontraban comerciantes, terratenientes y hombres de letras, personas notables y figuras eminentes como el poeta Friedrich Klopstock, cuya sola aparición en la fiesta atrajo la atención general. También estaba presente el amigo y socio de Sieveking, Gaspar Voght, que había conocido Francia ya en los tiempos previos a la Revolución y que, tras el entusiasmo inicial, fue uno de los primeros en distanciarse de sus efectos. Aquel hombre de 37 años se convertiría en un referente especial y en un pragmático impulsor de la Ilustración tardía en Hamburgo.

Actuaba siempre conforme a principios morales y, de cuando en cuando, parecía un excéntrico librepensador que podía poner en práctica como pocos los ideales de la Ilustración. Desde hacía cuatro años mantenía un compromiso con los pobres y difundía la idea de una asistencia productiva que permitiese la autoayuda: trabajo en vez de limosna. El pensamiento caritativo y favorable a la dádiva tan característico de la Edad Media seguía existiendo, pero el lugar de la Iglesia lo estaban ocupando ya otras agrupaciones sociales que asumían su responsabilidad: ciudadanos particulares, ilustrados con ideas propias, como Voght y Sieveking, que se unían en asociaciones, círculos y sociedades para hacer realidad sus proyectos y servir al bien común.

Caspar Voght (1752–1839)

Este reformador del sistema de atención a las personas con escasos recursos dirigió junto con Georg Heinrich Sieveking, en la segunda mitad del siglo XVIII, una de las mayores casas comerciales de Hamburgo y fundó en Flottbek una explotación agrícola modelo. En el salón de aquella finca, el comerciante convocaba regularmente a sus amigos para debatir, beber y jugar al ajedrez.

En un rincón especialmente hermoso, aunque algo apartado, del jardín que Sieveking poseía en Harvestehude, un pequeño grupo se reunía alrededor de Friedrich Klopstock —poeta al que los habitantes de Hamburgo amaban y veneraban—, que se había establecido en la ciudad en 1770 y que muy pronto se integró en el círculo de ilustrados que rodeaban a Johan Georg Büsch. Klopstock y Büsch fundaron una sociedad de lectores en la que las mujeres establecían las lecturas. Desde 1783 también celebraban mensualmente una tertulia de ilustrados de Hamburgo y Altona en la que, como era de esperar, también participaba Voght. En aquellas reuniones se intercambiaba información, se dialogaba y se debatía.

Friedrich Gottlieb Klopstock (1724–1803)

Este poeta, autor del Mesías y de numerosas odas, vivió desde 1770 y hasta su muerte, acontecida en 1803, en Hamburgo. A menudo ocupaba un lugar central en los encuentros de los intelectuales.

Como muchos ciudadanos de Hamburgo, era un entusiasta defensor de la Revolución Francesa, lo que explica que aquel día de celebración en el jardín de Sieveking, después de que se hubiesen disparado, coincidiendo con el mediodía, tres tiros al aire, recitara dos odas a la libertad. A pesar de los aplausos del público, Klopstock insistió en que su composición no se debería publicar hasta después de su muerte. «Aquel amable anciano lloraba de alegría mientras recitaba sus versos, que, como él mismo, estaban encendidos con un fuego de juventud», describe Voght, quien, cuando tenía 15 años, cada mañana, antes de acudir a la oficina, peregrinaba junto con sus amigos Johann Michael Hudtwalcker y Georg Heinrich Sieveking a la tumba de Meta Moller, la mujer de Klopstock, fallecida a una edad temprana.

Los tres amigos compusieron poemas y obras en prosa y representaron piezas de teatro. En 1766-1767 fundaron la Sociedad de los Jóvenes Quinceañeros y organizaron una biblioteca. Voght trabajó como actor y en 1780, con 27 años de edad, dirigió de forma provisional el Teatro de Hamburgo, en la plaza Gänsemarkt, donde siempre había alguna persona entre el público que se desmayaba, porque lo que se representaba conmovía de un modo inhabitual el alma burguesa. No obstante, para entender aquella sensibilidad, hay que tener en cuenta que iba unida a las actividades empresariales.

Los amigos Voght y Sieveking se labraron su fortuna como socios en los puertos de la costa atlántica de Francia e Inglaterra. En este sentido, los contactos que Caspar Voght había conseguido a lo largo de los tres años en los que estuvo permanentemente de viaje como parte de su formación les resultaron muy beneficiosos. Lo que les hizo ricos fue el comercio con América. Muy pronto comprendieron la oportunidad que les brindaba la independencia que los Estados Unidos habían logrado en 1783. En ultramar se abrió un enorme espacio para el comercio. Primero llegaron a los puertos de Hamburgo los barcos de la costa este de América, cargados de tabaco, arroz y añil; más tarde, los negocios se extendieron por todo el mundo. «Fui el primer comerciante de Hamburgo que trajo café de Moca (Al-Mujá, una ciudad portuaria de Yemen), tabaco de Baltimore, café de Surinam, caucho de África», dijo en cierta ocasión Caspar Voght.

Sin embargo, lo que en realidad le interesaba a Voght era algo completamente distinto. En 1785 adquirió en una subasta dos fincas situadas en Flottbek, un pueblo al oeste de Hamburgo, entre Altona y Blankenese. Animado por sus elevados ideales, se dispuso a crear en ellas una gran explotación agrícola. Para ello, visitó quintas, explotaciones y parques de Inglaterra y estudió la ornamented farm del poeta William Shenstone, una casa de campo diseñada según criterios estéticos. Voght estaba fascinado por el paisajismo, las avanzadas estructuras sociopolíticas y los modernos métodos de cultivo de aquel país. Lo que le parecía más ejemplar era «la igualdad ante la Ley», la equidad de los impuestos y la seguridad de la propiedad.

A su regreso, compró en Flottbek más terreno, con el que consiguió disponer de una superficie de más de cien hectáreas. Tenía un ambicioso objetivo por delante: vivir al servicio del bien común y alejarse de la ciudad, que únicamente promovía el bien propio. Caspar Voght deseaba organizar una moderna explotación modelo que combinase la belleza de un parque público con la utilidad y la productividad de un centro agrícola. Los terrenos de Flottbek eran parcialmente pantanosos, por lo que los drenó y abonó de forma intensiva transportando, mediante pequeños barcos veleros a través del Elba, los residuos fecales urbanos desde Altona hasta la Teufelsbrück —la desembocadura del arroyo Flottbek en el Elba—, lo que le permitió depositarlos en sus propiedades. De este modo consiguió aumentar en más de veinte centímetros la fértil capa de humus a lo largo de tres décadas. Voght cultivó nuevos frutos con el sistema de rotación de cosechas. Plantó altramuces y otras plantas fijadoras de nitrógeno, frutas y hortalizas, y, sobre todo, patatas. De hecho, de no haber sido por su explotación intensiva este tubérculo, durante el posterior bloqueo del Elba por parte de los británicos (1803-1805) se habría producido una catástrofe alimentaria en Hamburgo y en el norte de Alemania.

En términos actuales, se podría decir que Voght gestionó su finca de un modo ecológico y sostenible. Estudió sistemáticamente condiciones y efectos y protocolizó los experimentos de reproducción y cultivo. Por las tardes, una vez terminado el trabajo en la oficina, huía de la ciudad para dirigirse a su propiedad, y en ella, bajo los altos robles que ofrecían abundante sombra, se sentaba junto al arroyo Flottbek, que fluía hacia el Elba, allí «donde todos los sueños de mi infancia se hacen realidad». Disfrutaba de la soledad al abrigo de las verdes hojas claras de los alerces o de las hayas púrpuras, oía cantar al ruiseñor y sentía «el goce de la existencia».

A finales de la década de los ochenta del siglo XVIII, se había convertido en uno de los hombres más ricos de Hamburgo gracias a la venta de maíz en Francia. Hasta el final de su vida logró multiplicar por diez el valor de sus tierras, en las que llegaron a trabajar hasta 600 personas. Su amigo James Booth consiguió un enorme éxito con su escuela de árboles; junto con su administrador, Lucas Andreas Sautdinger, Voght creó el Instituto de Educación Paisajística, en el que 30 estudiantes recibían formación en materia de cultivo del campo, frutas y hortalizas, botánica, física y química. Se trataba del primer organismo de enseñanza de este tipo que se había conocido en Alemania.

Pero Voght, que cuando tenía diez años contrajo la viruela y, en consecuencia, se vio obligado a permanecer aislado durante un año y medio, no solo se preocupaba de la formación y la ocupación de sus agricultores: también les pagaba —en una iniciativa de auténtica reforma social— en los períodos de enfermedad o cuando llegaban a una edad avanzaba. Además, construyó casas para sus trabajadores internos: edificios alargados con paredes entramadas de madera y ladrillo, que contaban con once o doce habitaciones en las que vivían sus empleados. La intención de Voght no era hacerse rico como propietario, sino dar una administración sólida a sus bienes y proporcionar trabajo y salario a las personas. En su terreno, que desde 1797 medía 260 hectáreas, se unían la reforma social, la pedagogía, la economía de lucro y la estética. «¡Todo en Flottbek se ha concebido con un mismo espíritu, como un conjunto!», se afirmaba en la revista Schleswig-Holsteinische Provinzialberichte

El parque consiguió «un enamorado», como escribiría en la siguiente generación Heinrich Sieveking; «en honor a la señora Pauli, a la que Voght veneraba con auténtica devoción, los prados pantanosos de algunas granjas se convirtieron en un tesoro del paisaje». Durante más de cuarenta años Voght amó a Magdalena Pauli —casada con otro—, primero, con la dolorosa conciencia de lo irrealizable; más tarde, renunciando a ella desde la distancia y, por último, entablando con aquella mujer una relación amistad. «Todo era través de ella, por ella —escribió Voght—, cada punto en la orilla alta del Elba en el que la Naturaleza nos había entusiasmado se transformó en un monumento, al igual que cada lugar que su palabra, su mirada, había convertido en sagrado».

Mientras tanto, la pobreza crecía en una ciudad cada vez más estrecha; los mendigos ocupaban las plazas y los callejones, «apareciendo nauseabundos, a menudo con heridas provocadas por los propios hombres, allí donde los ciudadanos de Hamburgo deberían respirar aire fresco después de terminar su trabajo», apuntaba Voght en un informe de la Institución de Ayuda para los Pobres de Hamburgo. Las madres que pedían limosna obligaban a sus hijos a gritar para despertar compasión, los niños de edad más avanzada corrían en harapos, hasta que las autoridades conocidas como los «gobernadores de los mendigos» los detenían.

Tanto en Hamburgo como en Altona existía una clase alta, compuesta por un número reducido de comerciantes especializados en los negocios en tierras lejanas, grandes empresarios y altos funcionarios; una clase media-alta de comerciantes e industriales; una clase media-baja de tenderos y artesanos, y una amplia clase baja a la que pertenecía la mitad de los ciudadanos. Jornaleros, desempleados y pobres representaban el 20% de la población. Afectados por problemas desnutrición, vivían en habitaciones húmedas y estrechas, bajo la constante amenaza de la enfermedad, la pobreza y la falta de trabajo. Mientras los alrededores se iban cubriendo de casas de campo en todas las direcciones y se iba desarrollando una nueva cultura de los jardines, en la ciudad las personas se hacinaban en espacios muy reducidos. Con el aumento de la riqueza creció también la miseria.

Se cumplía entonces el 70 aniversario de la muerte en Hamburgo de 10.000 personas, que cayeron víctimas de la peste en 1713. Desde 1717 tres inundaciones habían aniquilado cosechas, ganado y edificios. En algunos negocios el número de trabajadores se redujo drásticamente: a principios del siglo XVII Hamburgo era, gracias a sus casi 5.000 empleados, uno de los lugares más importantes de Europa en la fabricación de paños, terciopelo, tejidos elaborados a mano y telas estampadas. Sin embargo, a finales del siglo XVIII estas actividades ocupaban apenas a unos pocos centenares de personas. Muchas manufacturas e industrias desaparecieron y el comercio terminó dominando la economía de la ciudad. A finales del siglo XVIII, 45.000 personas vivían gracias a los puertos; sin embargo, sus puestos de trabajo dependían en buena medida de la coyuntura y de la meteorología. En los inviernos más duros el tráfico de barcos en el Elba se paralizaba durante meses. El sueldo de un buen número de trabajadores era muy limitado, sobre todo si se tiene en cuenta que el precio de los alimentos, especialmente la carne y el pan, era considerablemente elevado. «Son muchos los que caen lentamente como víctimas de esta desalentadora carestía, los que viven en la miseria y los que sufren el hambre durante meses y años», denunciaba Vogt. Inspirándose en Rousseau, estudió con cada vez mayor atención la relación entre riqueza y libertad.

“¡Ah, Emilio —escribió Rousseau—, ¿qué hombre honrado no debe nada a su país? El bien común que otros alegan como simple pretexto es para ese hombre un verdadero impulso para actuar.”

Johann Georg Büsch (1728–1800)

Este pedagogo y periodista fundó en 1768 la Academia de Comercio de Hamburgo y fue uno de los principales impulsores de la Ilustración tardía en la ciudad.

Voght delegó el trabajo de la finca en un administrador y puso sus fuerzas al servicio de las causas sociales. También Johann Georg Büsch —que era, junto con Johann Albert Heinrich Reimarus, la principal figura de la Ilustración tardía en Hamburgo y que dirigía la Academia de Comercio— reconoció que el desempleo no era la verdadera causa de aquella situación, sino que había que considerar motivos de carácter estructural. «No es culpa de estos pobres que los suyos sean tantos y que, precisamente por su elevado número, sufran la miseria. Han entrado en el camino de la existencia del mismo modo que el hijo de cualquier familia, que el hijo de cualquier príncipe. Quieren continuar su existencia con nosotros y junto a nosotros, y tienen tanto derecho a hacer realidad este deseo como nosotros.»

Voght y Büsch elaboraron junto con Nicolaus Matsen y Johann Arnold Günther la Disposición de los Pobres de 1788, tras lo cual el territorio de la ciudad quedó dividido en cinco distritos de personas desfavorecidas, cada uno de ellos compuesto por doce viviendas. En ellas, tres asistentes distribuían cuestionarios con 51 preguntas para comprobar sus necesidades y su situación social. Para realizar este proyecto, todas las calles recibieron un nombre y todas las casas quedaron identificadas por primera vez con un número. El resultado: 5.166 personas vivían en la pobreza; 446 se encontraban presas; 600 carecían de alojamiento, y 2.000 niños estaban en situación de abandono. Desde entonces se mantuvieron los asistentes que se encargaban de asesorar a las familias con escasos recursos económicos. «[…] Hemos elaborado un plan para que los propios ciudadanos puedan convertirse en padres y sustentadores de los pobres. Nunca antes se ha emprendido una acción de este tipo», constató Voght con orgullo.

Johann Albert Heinrich Reimarus (1729–1814)

Este médico introdujo en Hamburgo la vacunación contra la viruela. Pertenecía al grupo de ilustrados de la segunda mitad de siglo. Su padre, Hermann Samuel Reimarus, fue el autor de los Fragmentos que publicó Lessing.

Cuando el 1 de noviembre de 1788 se inauguró la Institución General de Ayuda para los Pobres, «todos los mendigos de los callejones desaparecieron, como por arte de magia, porque cualquier ciudadano que diese una limosna recibiría una multa», según se explicaba en un informe. Los mendigos procedentes de otras ciudades fueron expulsados de Hamburgo. De conformidad con el principio «trabajo en vez de limosna», «se ofrecería trabajo y, llegado el caso, formación a todo aquel que informase de su situación». Abrieron instituciones que proporcionaban empleo y formación, así como escuelas industriales, y en solo 16 meses ingresaron en ellas 1.245 adultos y 1.179 niños.

Para los niños que trabajaban se crearon escuelas que funcionaban los domingos o por la noche. Para los niños pequeños que aún no iban a la escuela se establecieron las denominadas «salas de espera», en las que podían alimentarse con leche y pan mientras sus madres trabajaban. En 1792 se decretó la escolarización obligatoria general y se creó una biblioteca de profesores que permitió el acceso de todos a la literatura. Para combatir «la increíble miseria de las madres solteras» se fundó en 1795 la Institución de Ayuda para el Parto. Además, se reorganizó la asistencia a los enfermos en colaboración con la Institución Médica.

Voght fue una auténtica fuerza motora del avance social en Hamburgo y recibió el sobrenombre de «Padre de los Pobres» En cierta ocasión escribió a Hannchen Sieveking, la esposa de su amigo, a la que le unió durante años una profunda amistad: «No tengo palabras para explicarle, querida Sieveking, con qué alegría interna y con qué indescriptible calma me siento aquí, bajo mis castaños, y trabajo para las instituciones de ayuda a los desdichados sin recursos. Me siento en armonía con lo que me rodea, tan solo veo rostros alegres, una actividad alegre y serena». En las siguientes décadas, más de cuarenta ciudades europeas tomaron como modelo la Institución de Ayuda para los Pobres de Hamburgo y Voght recibió el encargo de dar a conocer o, incluso, de aplicar sus principios de organización (Sistema de Hamburgo).

Lo que hacía de Hamburgo un caso especial era la particularidad de que, durante mucho tiempo, un sinnúmero de asociaciones comprometidas con el bien común llenaron la ciudad. Como la Sociedad Patriótica fundada en 1765 siguiendo el ejemplo de Londres y París, se consideraban modernizadoras. Sus miembros querían ser reconocidos como buenos patriotas —en el sentido que se daba a la palabra en aquella época— que no perseguían el bien propio, sino el común. Por vez primera, personas de diferente posición y oficio se unieron para fomentar un movimiento de reforma que abarcase múltiples ámbitos de la vida: en 1768 la Institución de Caridad para las Víctimas del Agua; en 1778, la primera caja general de ahorros; en 1782, la Caja de Crédito para Herencias y Solares; en 1788, la Institución de Ayuda a los Pobres, creada por Voght y Büsch.

Lo que unía a todos era el espíritu de la Ilustración, una reforma basada en los principios de la razón, el discurso y la crítica, y que aspiraba a la emancipación de los ciudadanos: reconocer al mayor número posible de seres humanos sus derechos, conseguir que cada persona eligiese su propio destino y pudiese hacer planes para el futuro, sin olvidar en ningún momento la obligación moral de actuar por el bien común. En este sentido, fue determinante el hecho de que la Sociedad Patriótica se encontrase presente en la bolsa y que las listas de socios se expusieran en los cafés, donde se encontraban los comerciantes, juristas, diplomáticos y periodistas para intercambiar noticias, enterarse de rumores, preparar negocios y hacer contactos. Así era el networking del siglo XVIII: asociaciones, sociedades y clubes en lugar de la jerarquía de estamentos propia de la Edad Media.

En esta fase de la Ilustración se logró una emancipación cultural y espiritual: gracias a ciudadanos pudientes y formados como Sieveking, Voght o Büsch, la sociedad pudo desarrollarse sin tomar a los príncipes o a los personajes de la corte como modelos. Se crearon círculos científicos y se probaron nuevas formas de establecer relaciones: en las tertulias en torno al té, en los jardines, en los cafés, en las salas de espectáculos musicales y en los teatros. Se publicaron octavillas, periódicos y revistas, se mantuvieron relaciones epistolares y se emprendieron viajes.

La fiesta de la libertad que organizó Sieveking en 1790 se conoció incluso en Francia, lo que, a buen seguro, benefició los intereses económicos de la casa comercial Sieveking/Voght. Sin embargo, aquella fiesta no tuvo efectos en la cultura política de Hamburgo, y el Senado ni siquiera estuvo al corriente la celebración. En cualquier caso, aquello no preocupó lo más mínimo a los orgullosos comerciantes, que se sentían obligados a trabajar por su ideal ilustrado, por su negocio y por la sociedad. Comerciaban y festejaban. Años más tarde, Caspar Voght mostraba su entusiasmo: «Entre tanto, el amanecer de la libertad que tenía lugar en Francia había conquistado el corazón de todos los nobles en Alemania y en los círculos de aquellos respetables enamorados tan íntimos de los que, al mismo tiempo, yo me ocupaba de un modo tan productivo, transcurrían los días más dichosos de mi existencia hasta entonces y ardían nuestros corazones con la sagrada llama que aquellos hechos tan importantes habían encendido en un país que se había hecho libre». En los círculos de la nobleza se contó tras la fiesta que en el jardín de Harvestehude los amigos de la libertad habían destruido una bastilla de mazapán.

Hella Kemper, nacida en 1966, es especialista en filología alemana y periodista, y ha publicado varias obras sobre Hamburgo.

  • Franklin Kopitzsch/Daniel Tilgner: Hamburg Lexikon
  • Ellert & Richter, Hamburg 2005; 672 pages, 29.95 €
  • Franklin Kopitzsch: Grundzüge einer Sozialgeschichte der Aufklärung in Hamburg und Altona
  • Verlag H. Christians, Hamburg 1982

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